Los ríos llevan almas desaparecidas en San Luis y Cocorná, Antioquia
El río Samaná Norte —que surge cuando se juntan el río Verde de los Henaos y el río Calderas— lleva entre sus aguas los ríos Santo Domingo, Melcocho, Dormilón, San Miguel y Chumurro. Durante su recorrido hacia el Magdalena, también fluyen con la corriente los recuerdos de personas de las que no se conoce más que el último acecho de la violencia. Los ríos llevan almas y, muchas veces, son almas de personas.
A través de la Estrategia de Participación a Víctimas, el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) acompaña, por medio de una asistencia técnica, a los colectivos de víctimas del conflicto armado en San Luis y Cocorná. El proceso, orientado por la premisa de «el territorio habla y el centro escucha», implica un diálogo para construir los Planes Territoriales de Memoria, a cargo de la Estrategia de Territorialización.
«Esa persona es mi hermano, Carlos Arturo, desaparecido en 1991 —dijo Arnulfo Berrío, integrante del colectivo Memorias que Unen, de San Luis, Antioquia—. Lo desaparecieron en el río Magdalena, en Puerto Boyacá. Mi hermano fue uno de esos a los que la guerra terminó reclutando y desapareció cuando empezó el enfrentamiento entre Henry Pérez y Pablo Escobar. Yo estaba muy joven y no entendía de esas guerras».
El colectivo Memorias que Unen lideró una actividad para recordar sobre las aguas verdes del río a las víctimas de desaparición forzada en este municipio, la mayoría de ellos entre los 90 y la década del 2000, cuando las guerrillas de las FARC-EP y el ELN disputaban con paramilitares y la fuerza pública el control del Oriente antioqueño. También quisieron honrar a la naturaleza profanada por los actores armados a lo largo del conflicto.
En conmemoración del Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, más de 50 personas adoptaron la ausencia de una persona desaparecida. Los nombres de quienes no pudieron volver navegaron el río en pequeños barcos que se llevó la corriente a su paso por la vereda La Garrucha.
Recuerdos que navegan los ríos
«Esa persona era un amigo, Albeiro Mazo —recordó Nelson Duque, enlace de Víctimas de San Luis—. Fue un muchacho que se fue al ELN muy joven. Allá fue papá de una niña y quiso retirarse de las filas, pidió la salida y se fue. Buscó ubicarse en Medellín y no lo logró. Una vez me habló de la dificultad para conseguir trabajo y estabilizarse. Y, después de más de un año de estar fuera de la guerra, decidió que no tenía cómo sostener su situación y volvió al grupo armado, donde terminó desaparecido». Un barquito endeble, hecho de una hoja de bijao, se llevó su nombre entre las piedras del río. «Además de una persona desaparecida, Albeiro es un símbolo de la exclusión de la sociedad con las personas que quieren volver a hacer parte de la vida civil», agregó.
Hay 190 víctimas directas de desaparición forzada que corresponden a San Luis, incluidas en el Registro Único de Víctimas (RUV) y se contabilizan más de 3000 casos en todo el Oriente antioqueño. Testimonios recogidos por familiares sobre el paradero de sus seres queridos apuntan a que muchas de estas personas fueron asesinadas y arrojadas a ríos de la región.
Acompañando los barcos por el río, también participaron de este acto conmemorativo diez kayakistas que, con sus remos, guiaron sobre el agua los recuerdos de estas vidas desaparecidas. Entre ellas, Sandra Milena Monsalve llevaba el recuerdo de un ser muy querido, del que no tiene noticias desde hace 18 años.
«Esa persona es mi hermano. Aquí fuimos nacidos y criados. Estábamos viviendo acá, en La Garrucha, y mi hermano se fue para La Granja y allá lo desaparecieron. Según nos dijeron, lo mataron y lo tiraron al río Calderas», contó Sandra, que también tiene el recuerdo de su papá, asesinado en San Luis. En el kayak llevaba una camiseta del Atlético Nacional, la que tenía puesta su hermano en la última foto que quedó de él. «Como a él supuestamente lo tiraron en el río Calderas, cada vez que me bajo por ahí es muy duro para mí, pero a la vez es reencontrarme con él».
«Ni vivos, ni muertos»
Cocorná es la última ubicación conocida de 14 070 personas en el Registro Único de Víctimas, entre ellas 135 víctimas directas de desaparición forzada.
Los ríos llevan almas de ríos y muchas veces almas de personas. Las y los integrantes de la Mesa de Participación Efectiva de Víctimas de Cocorná, municipio que limita con San Luis, también vivieron de manera semejante la afectación de los grupos armados en la región y recordaron a sus desaparecidos. Pensando en estas personas que no están, elaboraron figuras de arcilla que dejaron ir en la corriente de la quebrada Guayabala.
«Estos dados son como un símbolo, porque eso hacía unir a mi familia —contó Gabriel González Gómez—. Eran mis primos y siempre nos reuníamos donde los abuelos, en El Ocho, a jugar parqués o dominó. Ahí se reunía toda la familia. No están ni vivos ni muertos, sino desaparecidos desde 2002. No sé si fueron los paramilitares».
María Fidelina Aguirre amasó la arcilla para hacer una muñeca, una personita. «Esa personita la recibí a los cuatro meses, porque la mamá, que se llama Claudia Patricia Losada, desapareció hace 25 años. Después de que ella desapareció, mi hijo, el papá de esa niña, la llevó donde los hermanos, en Bogotá, ellos la cuidaban. Después yo fui allá y ella se apegó mucho a mí», recordó Lina, como prefiere que la llamen. «La tuve en hogares de Bienestar Familiar, en la escuela y en el colegio. Después estudió en el Sena. Ahora trabaja en Medellín, pero me preocupo mucho por ella porque está muy sola. Nunca conoció a la mamá y se distanció mucho con el papá, y yo no estoy joven para apoyarla».
Cocorná, con alrededor del 85 % de su población inscrita en el RUV, tiene 135 víctimas directas de desaparición forzada.
Como ríos, las memorias de los pueblos se encuentran. Cocorná y San Luis comparten huellas del conflicto, como el sicariato y el narcotráfico; el paso de los frentes 9 y 47 de las FARC-EP —este último bajo el mando de alias Karina en el momento de mayor violencia en la región—; el accionar del frente Carlos Alirio Buitrago del ELN, y estructuras paramilitares como las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio y posteriormente las AUC, con asesinatos selectivos, desaparición forzada, ataques a centros poblados y el desplazamiento forzado. Todo lo anterior, casi deja deshabitados ambos municipios.
Cruz Edilma Tobón, integrante de la Mesa de Víctimas de Cocorná, hizo una pelota de arcilla y la lanzó a la quebrada: «Es como el mundo que nos ha tocado vivir en el conflicto armado. Y lo boté con rabia porque no quiero que se vuelva a repetir».
CENTRO NACIONAL DE MEMORIA HISTÓRICA | 12 de Diciembre de 2024