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Tres Libros Para La Memoria Histórica Desde Antioquia, Con Apoyo Del CNMH

Habitantes de Montebello, Yarumal y Segovia (Antioquia) plasmaron sus historias frente al conflicto armado en tres libros apoyados por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). Desde la Universidad de Antioquia, los líderes y lideresas compartieron sus motivaciones y el proceso de construcción detrás de estas publicaciones, las cuales recogen sus memorias y reclamos por la no repetición de la violencia. 

Los ejemplares, presentados en el bloque 10, auditorio 217, fueron: Haciendo la paz, aunque nos cueste la vidaEl libro blanco de Yarumal: rastros de vida, El carnaval de La Gigantona. Ritual, memoria y resistencia en el nordeste antioqueño. De acuerdo con la  directora del CNMH, María Gaitán Valencia, «estas tres investigaciones fueron realmente realizadas por sus protagonistas, que son muchos y muchas de los que están aquí presentes».

El empeño por la paz tras la persecución y el exilio

En la finca La Galleta (Montebello, Antioquia), 13 exintegrantes de la Corriente de Renovación Socialista (CRS), que entregaron las armas tras un acuerdo con el Gobierno nacional en 1994, le apostaron a un proyecto productivo por medio de la Sociedad Agropecuaria Horizontes Ltda.; sin embargo, el 23 de enero del 2000, agentes del Estado asesinaron y desaparecieron a dos de sus integrantes: Uberney Giraldo y José Evelio Gallo, mientras que los demás fueron víctimas de amenazas, persecución y exilio. 

Sus relatos están recogidos en el libro Haciendo la paz, aunque nos cueste la vida. Finca La Galleta: una agresión de responsabilidad estatal contra excombatientes en reincorporación.

Para Leonel Sánchez Rivera, exintegrante de la sociedad, «el Estado rompió la buena fe. Fuimos víctimas de desplazamiento, homicidio y el peor delito de todos que es la desaparición forzada». Sin embargo, aún persevera en la búsqueda de sus dos compañeros y de su hijo Jairo Hernando, también desaparecido. Bogotá, Barquisimeto (Venezuela), Medellín y Santiago de Chile demarcan su ruta en el exilio para escapar de las amenazas.

Por su parte, María Lucía Marín encontró otra vida en España, pero no olvida lo que vivió en La Galleta: «Empezaron a llamarme y me ponían el himno nacional. Le cogí pánico a contestar el teléfono. Hasta el final luché por no tener que irme; romper con todo fue durísimo. Esta historia es terrible, cada vez que la mencionan se me abre otra vez la herida».

Según Pastor Jaramillo Cadavid, también víctima en el caso de la finca La Galleta, los afectados han regresado tras el desplazamiento forzado y el exilio para seguir luchando. «Por eso al libro le pusimos ese título: Haciendo la paz, aunque nos cueste la vida. Seguimos parados en eso, en que hay que apuntarle a la paz y que hay que bregar para sanar un poco los corazones de la gente para que estos dolores no se conviertan en venganzas».

Historias que son rastros de vida y del paso de la guerra

En Yarumal (Antioquia), la mayoría de las víctimas del conflicto armado han sido de los gremios de transporte, comercio, minería y ganadería, y los campesinos estigmatizados, amenazados y extorsionados por grupos al margen de la ley. El libro blanco de Yarumal: rastros de vida, una iniciativa de memoria histórica apoyada por el CNMH, recopila once relatos personales para ver el municipio desde otra perspectiva.

«Mi papá siempre nos advertía que tuviéramos cuidado para no ser secuestradas porque él recibía amenazas y extorsiones», cuenta Magdalena Calle Londoño, lideresa de la organización Madres por la Vida, quien a lo largo de su vida ha sufrido más de un hecho victimizante: «En los años 1988 y 1989 fueron las amenazas y extorsiones. En 1996 fue secuestrado y desaparecido el esposo de mi hermana María Eugenia, se llamaba Danilo Londoño Rodríguez y era mecánico. Luego, en 1997, fue desaparecido mi esposo, Alonso Jaramillo López. En 2002 fue también secuestrado y desaparecido Danilo Alberto Londoño, el hijo de mi hermana. En junio de 2005 asesinaron a mi hermana María Eugenia, ella era comerciante y venía siendo extorsionada y amenazada».

A pesar de la historia de violencia de Magdalena Calle, desde la organización Madres por la Vida, ha buscado no solo visibilizar los daños e impactos de la guerra, también resaltar la riqueza cultural, productiva y social del municipio y sus habitantes.

Por su parte, Yoana Correa Múnera, gestora cultural en Yarumal, tiene como objetivo aportar a la reparación desde la escucha de las historias de sus padres y abuelos, pues ella fue en su momento una niña que creció con la guerra rondando a su alrededor. «Mi historia en el libro se llama “Una casita azul”. Habla de la inocencia de una niña que escuchaba los truenos, sentía muchas cosas y pensaba que todo era parte de una aventura, pero cuando iba y veía los ojos de papá y mamá, esos ojos hablaban de temor», explicó la joven.

El carnaval abre un hueco a la tristeza

«Cuando vivimos la masacre del 88, aquella noche llovió y la sangre corría con la lluvia. Coincidencialmente, cada vez que nosotros terminamos el carnaval de La Gigantona, llueve. Y el moresco nos recuerda aquella noche», dijo Jaime «Mongo» Gallego, presidente del carnaval de La Gigantona, en Segovia (Antioquia).

Además de ese 11 de noviembre —cuando miembros del grupo paramilitar Muerte a Revolucionarios del Nordeste, bajo el mando de Fidel Castaño, asesinaron a 46 personas—, Segovia recuerda el exterminio de la Unión Patriótica, de la Junta Cívica Segovia-Remedios y del Comité de Derechos Humanos. En la memoria del municipio antioqueño también están las múltiples violaciones a las mujeres, cometidas por paramilitares y agentes del Estado, desplazamientos y asesinatos de líderes y campesinos tras el paso del Oleoducto Central de Colombia, la tragedia de Machuca en una acción de la guerrilla del ELN y la violencia desatada alrededor de la explotación del oro.

El carnaval de La Gigantona. Ritual, memoria y resistencia en el nordeste antioqueño destaca el papel de aquella fiesta como mecanismo hacia la reparación, reconciliación y no repetición. «Cuando nosotros vamos a empezar nuestro carnaval, en el cementerio, con un minuto de silencio, recordamos a aquellas personas que no están ya con nosotros —cuenta Mongo—. Pero al sonar los tambores y al ritmo de la papayera, florece la alegría. Le hacemos un huequito a la tristeza y le damos alegría a nuestro pueblo».

El director técnico para la Construcción de la Memoria Histórica del CNMH, Álvaro Villarraga, señaló, durante el lanzamiento de estas tres publicaciones, que Antioquia es el departamento donde la entidad ha realizado más informes de esclarecimiento y de la Dirección de Acuerdos de la Verdad sobre el paramilitarismo, iniciativas de memoria histórica y procesos de reparación. «No es algo forzado. Es que Antioquia es la región del país que más ha sido afectada por el conflicto armado», indicó Villarraga.