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Teatro y memoria, con voz de mujer campesina, en Patio de Brujas

 

El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) acompaña al grupo teatral La Memoria en la realización de un documental sobre la obra Patio de Brujas: testimonio del bipartidismo, abuso sexual, desplazamiento y desaparición forzada.

«Soy de Patio de Brujas. De allá, del cañón del río Cauca, que divide a los conservadores de los liberales —sobre el escenario, Érika Gómez Sánchez, de vestido blanco y pelo suelto abundante, ángel y bruja pintada por las luces, cuenta un poco su historia—. De allá, de lo poco que queda de Tacurumbí. Mi bisabuela Evangelina enviudó cuando tenía 12 hijos, a causa de la macheteada que los conservadores le metieron a don Ángel. Poco después se casó con un Gómez, godo hasta el tuétano». Érika, niña, nieta, mujer y madre, cuenta un poco la historia de cientos de mujeres del campo.

La obra Patio de Brujas, del grupo de teatro La Memoria, de Pereira (Risaralda), surgió de un texto de Érika, titulado De mujeres, putas, brujas y otras bendiciones, incluido en el Baúl de la esperanza de la Comisión de la Verdad. El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) acompaña la realización de un documental más allá de los escenarios, donde este antiguo nombre de una vereda de Chinchiná, Caldas, con cuatro o cinco casas y un billar, representa muchos pueblos del país.

«Soy del club del machete, donde “los pájaros” —más conservadores que los mismos conservadores— picaban a machete a los liberales. A lo que se les pareciera o antojara. Soy de ese lugar donde los hombres se pasaban las noches bebiendo aguardiente, escuchando tríos tristes y destemplados de vivir, mientras que las yeguas amarradas permanecían bajo la lluvia a la espera, igual que los hijos y las esposas hambrientas».

En cada escena completan una pintura de muchos pueblos tradicionales en el país.

Miguel Ángel Rodríguez, director del grupo de teatro La Memoria, se encargó de la adaptación dramatúrgica de la obra. Miguel representa a Alonso, campesino que sufrió la violencia en Marquetalia, y también a los andariegos que recogen café y a uno que se decidió por la insurgencia. Omaira Díaz, es la mita —mamita, abuelita—, una experimentada copera del pueblo. Diana Marcela Tapasco es una joven copera y también encarna a Rosalba, Florice, Aurora, Marleni, Rocío y a Martha, campesinas de Patio de Brujas. «Muchas mujeres que ven la obra se reconocen entre los personajes o identifican a las mujeres de su familia», explica Érika, que representa a la niña que fue y además a Lucy, Carmenza, Maida, Analida, Marleni… mujeres de su linaje campesino.

La voz de la mujer que cuenta la violencia

«Patio de Brujas es la reivindicación de las voces de las mujeres que han vivido en carne propia situaciones complejas de desplazamiento, de guerra, de conflicto, de abandono… Es darles voz a las personas que, si bien es cierto que la tienen, han sido voces calladas, marginadas y que solamente se han quedado en comentarios. Darles el protagonismo a esas mujeres es lo primero», explica Miguel Ángel Rodríguez.

«Soy de la tierra de los guaduales que lloran porque también tienen alma, también los he visto llorar, como decía el poeta. De la tierra de los guayacanes amarillos, los yarumos blancos, los sietecueros morados, las jacarandas y las solemnes ceibas, la tierra de las quebradas pequeñitas y las lunas rojas». 

Esta creación dramática recrea el paisaje cafetero y, además, la sabiduría, el sagrado cotidiano, la resistencia y la reexistencia de las mujeres y de las comunidades campesinas. La obra dicta un testimonio del bipartidismo, el abuso sexual, el desplazamiento y la desaparición forzada.

«Siento que mi voz es la que narra todos los acontecimientos que van pasando y quien se narra dentro de la obra. Tengo el papel de representarme en temporalidades múltiples», señala Érika. Agrega que hay un aporte fundamental en Patio de Brujas al compartir los acontecimientos de violencia que han atravesado su región y no han sido visibilizados desde las instituciones. «Parece ser que esto es un remanso de paz, que vivir en el Eje Cafetero es una dicha, que no hay guerra, no hay violencia. Pero resulta que estamos atravesados también por unas heridas de guerra como el bipartidismo y todos esos cuerpos que han querido desaparecer a través de las aguas del río Cauca; también por la violencia con la naturaleza». 

Y es que el río Cauca, que atraviesa Patio de Brujas, hoy es reconocido por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) como víctima en el conflicto. La obra también denuncia la crisis que han desatado la megaminería, las hidroeléctricas, el narcotráfico y la violencia a lo largo de su cauce.

Una función entre víctimas del conflicto en el Eje Cafetero

El Teatro Azul, en Armenia, se llenó para una función de Patio de Brujas en la grabación del documental sobre la obra como iniciativa de memoria histórica (IMH). Entre el público, Libia Ospina Criollo, representante legal de la Fundación Supervivientes Maná, sintió representada en el escenario su vida marcada por el conflicto armado. «A nosotras, como víctimas, nos llama mucho la atención la problemática que trata la obra. Están reflejadas todas nuestras vivencias de lo que significa ser víctima de la violencia del conflicto armado». Su organización reúne hoy a 22 mujeres, cada una en la búsqueda de un ser querido desaparecido.

«Me fascinó la obra, porque siento que es de la realidad. Una realidad que a veces no sabemos describir, que la vemos, pero no la aceptamos [...] entonces la nombramos en la zona de tolerancia, como las “mujeres de la vida fácil” y no vemos más allá qué hay detrás de cada mujer y de cada historia, con todo lo positivo que tienen», opina Marleny Zabala Duque, una de las 19 mujeres fundadoras de la Asociación Campesina de Mujeres y sus Familias Retornando.

«Patio de Brujas: territorio de guacas, amarres, barequeo y café, lo que llamaba a muchos hombres a buscar un mejor porvenir, pero también hombres que huían o eran desterrados por la violencia bipartidista, insurgente y narco. Con ellos llegaban las historias, las canciones, los amores, los “maridos” y las brujas. Ellas que, desde el filo, contemplaban la llegada de cientos de hombres a los cuarteles de las haciendas. Entre agosto y noviembre, descendían con ganas de amar y de ganarse unos pesos, para reemplazar zapatos y cobijas rotas». El pueblo en los recuerdos de Érika es también un tejido de las memorias del conflicto que han marcado la vida en la ruralidad.